Solo lugares comunes quedan y solo un puñado de mis amigos sobreviven acá, con más pinta de funcionarios que de otra cosa. Ciertamente de a poco me va cansando estar en un lugar que la mayoría extraña (esa mayoría que tomo el camino fácil: llevándose el cartón a un banco y hacer su vida ahí) y que ya no existe, pues se fue con ellos. Por mi mente pasan recuerdos que ocurrieron hace más de diez años, con gente y lazos que se cortaron hace casi tanto tiempo como dichos recuerdos. Es decir, con gente que ya no existe.
Lugares comunes, pero ajenos. Los edificios de química y física son los mismos, pero no tienen los sapos de bronce que les caracterizaron en otros tiempos. Ya toma forma el edificio nuevo, forjado en los restos de lo que era el CEI… cuya puerta estará donde estuvo la ventana del Boletín, que tampoco existe. La terraza tampoco es la misma. Las latas de cerveza ya no crecen en los arboles.
Los arboles comienzan a recibir la primavera nuevamente y yo me doy cuenta que estoy muy viejo para esta mierda.

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